Toda acción de propaganda tiene que ser necesariamente popular y adaptar su nivel
intelectual a la capacidad receptiva del más limitado de aquellos a los cuales está destinada. De ahí
que su grado netamente intelectual deberá regularse tanto más hacia abajo, cuanto más grande sea el
conjunto de la masa humana que ha de abarcarse. Mas cuando se trata de atraer hacia el radio de
influencia de la propaganda a toda una nación, como exigen las circunstancias en el caso del
sostenimiento de una guerra, nunca se podrá ser lo suficientemente prudente en lo que concierte a
cuidar que las formas intelectuales de la propaganda sean, en lo posible, simples.
La capacidad de asimilación de la gran masa es sumamente limitada y no menos pequeña su
facultad de comprensión, en cambio es enorme su falta de memoria. Teniendo en cuenta estos
antecedentes, toda propaganda eficaz debe concretarse sólo a muy pocos puntos y saberlos explotar
como apotegmas hasta que el último hijo del pueblo pueda formarse una idea de aquello que se
persigue. En el momento en que la propaganda sacrifique ese principio o quiera hacerse múltiple,
quedará debilitada su eficacia por la sencilla razón de que la masa no es capaz de retener ni asimilar
todo lo que se le ofrece. Y con esto sufre detrimento el éxito, para acabar a la larga por ser
completamente nulo.